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CRÍTICAS. Robert Pattinson en el espacio, Amanda Seyfried en la ópera y más estrenos de cine

Robert Pattinson en una escena de "Mickey 17".
Robert Pattinson en una escena de “Mickey 17”.
(Warner Bros. Pictures)

Las lluvias llegan y se van en el Sur de California, despejando el panorama para el lanzamiento de tres películas que no elevan todavía la temperatura de manera ideal, pero que merecen de todos modos ser vistas y juzgadas.

MICKEY 17

Director: Bong Joon-ho

Reparto: Robert Pattinson, Naomi Ackie, Steven Yeun

Género: Ciencia ficción / Comedia negra

La valla estaba demasiado alta, y en ese sentido, es necesario decir que “Mickey 17” no se encuentra a la altura de “Parasite” (2019), la obra anterior del mismo cineasta, que se hizo acreedora a cuatro Oscars, incluyendo el de Mejor Película y el de Mejor Director.

Sin embargo, y en medio de todos los reclamos que se le puedan hacer, es un trabajo apreciable que no traiciona ni por un momento la sensibilidad artística e ideológica del mismo autor y que, al menos en su primera parte, resulta sumamente entretenida y original.

No se trata tampoco de que Bong Joon-ho esté probando nuevos terrenos estilísticos, porque ya había hecho ciencia ficción dura y política en “Snowpiercer” (2013), un clásico moderno del género que, al igual que este título, cuestionaba la explotación producida por el capitalismo a través de un relato distópico de lo más elocuente. Sin embargo, la coyuntura actual le otorga paralelismos muy puntuales al nuevo trabajo, empezando por el hecho de que el antagonista principal (Kenneth Marshall, un empresario inescrupuloso interpretado por Mark Ruffalo) no deja de recordar a Elon Musk.

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Claro que la estrella por aquí es Robert Pattinson, quien sigue en la línea de papeles relevantes en títulos sobresalientes del fantástico que inició después de la saga de “Twilight” (como fue el caso de “High Life”, “The Lighthouse” y “The Batman”) al encarnar a Mickey, un sujeto aquejado por deudas descomunales que acepta convertirse en conejillo de indias de los experimentos desarrollados por la corporación de Marshall en el espacio exterior.

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Lo novedoso del caso es que, a pesar de que las situaciones a las que es sometido le provocan frecuentemente la muerte, Mickey regresa una y otra vez a la vida a través de un proceso de clonación que se convierte en la excusa perfecta para los abusos laborales perpetrados por un ejecutivo que ha convertido literalmente a muchos de sus trabajadores en personas desechables (como son justamente llamadas).

Por ese lado, Joon-ho no escatima esfuerzos en mostrar los sufrimientos que atraviesa su personaje principal, aunque lo hace en el marco de una comedia negra que le permite aligerar los trámites y alejarse tanto del dramatismo de “Snowpiercer” como de la violencia desatada.

Para nosotros, el problema mayor de “Mickey 21” no está en el plano de las intenciones ni del mensaje, sino en el manejo de unas críticas que, incluso cuando resultan completamente válidas, se muestran de una manera demasiado evidente y caricaturesca como para generar un impacto mayor. Y esto, lamentablemente, se ve reforzado por la extensión de un metraje que, con 137 minutos de duración, resulta excesivo e innecesario (pese a que “Parasite” abarcaba solo cinco minutos menos).

Nada de esto afecta el atractivo de una puesta en escena que se muestra normalmente dinámica, que cuenta con algunas imágenes geniales (hay una escena inesperada de ‘slapstick’, con Pattinson volando por todos lados, que es memorable) y que cumple con creces los requisitos espectaculares del género que representa sin abusar de los efectos digitales ni tratar de demostrar a la fuerza lo mucho que costó ($118 millones, es decir, cerca de diez veces más que “Parasites”). Ojalá que el director hubiera mostrado la misma disciplina en otros ámbitos de la producción.

SEVEN VEILS

Director: Atom Egoyan

Reparto: Amanda Seyfried, Rebecca Liddiard, Douglas Smith

Género: Drama

No es la primera vez que el cineasta canadiense más reconocido de la escena ‘indie’ se reúne con una de las actrices estadounidenses más solicitadas de su generación. En el 2009, los dos colaboraron en el ‘thriller’ erótico “Chloe”, que no fue muy bien recibido por la crítica pero que, a cambio, se convirtió en el mayor éxito comercial del primero.

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Dieciséis años después, Atom Egoyan vuelve a ponerse al mando de Amanda Seyfried en “Seven Veils”, una cinta considerablemente distinta a la anterior que retoma de algún modo el carácter propositivo de las primeras obras del realizador y que, gracias al tono introspectivo que ostenta, le ofrece a la segunda la oportunidad de ofrecer una de las mejores actuaciones de su carrera.

Seyfried se pone en la piel de Jeanine, una directora de teatro que decide incursionar por primera vez en la dirección de ópera para hacerle tanto un tributo al maestro ya fallecido que dirigió una celebrada versión del mismo trabajo (“Salomé”), y con quien ella mismo colaboró siendo muy joven, como para demostrar la capacidad que tiene para emprender un reto tan ambicioso. Sin embargo, durante el proceso, sus propios traumas personales y la constante desconfianza de quienes la rodean ante cada una de sus propuestas creativas le complican tremendamente las cosas.

Valiéndose de un guión de su autoría, Egoyan adopta una cuidadosa perspectiva femenista para mostrar no solamente los retos a los que se enfrenta su protagonista, sino también los que le corresponden a algunas de sus compañeras de trabajo ante los avances indeseados de un machismo que es a veces respaldado por otras mujeres, lo que le permite hacer comentarios interesantes sobre una rama de la industria que no suele ser atendida en las propuestas de tipo narrativo.

Pese a que el relato no posee un ritmo del todo logrado, y a que las conexiones que intenta trazar entre la realidad y el libreto empleado por el compositor alemán Richard Strauss resultan bastante caprichosas, no queda otra que rendirse ante el personaje de Jeanine, interpretado brillantemente por una Seyfried que no tiene que apelar nunca a revelaciones provocativas para convencer plenamente al espectador en su caracterización de una mujer cuyas confusiones emocionales contrastan vivamente con la tenacidad que tiene para imponer su visión artística.

THE RULE OF JENNY PEN

Director: James Ashcroft

Reparto: John Lithgow, Geoffrey Rush, George Henare

Género: Terror psicológico

Si te quedaste con ganas de ver más de John Lithgow tras su divertida participación en la ceremonia del Oscar, a partir de este fin de semana, 13 salas de cines del área de Los Ángeles te ofrecerán la posibilidad de apreciar su película más reciente, “The Rule of Jenny Pen”, que, sin ser una obra maestra, es un divertimento ciertamente alturado y muestra al aludido en un papel que no olvidarás fácilmente.

Esta cinta australiana, basada en un relato breve del autor

Owen Marshall, resalta no solo el enorme talento de Lithgow, sino también el del igualmente veterano Geoffrey Rush (“The King’s Speech”), quien interpreta de hecho al personaje principal, Stefan Mortensen, un juez justo pero soberbio que, luego de sufrir un infarto, despierta en un internado para personas de la tercera edad en el que tiene la mala suerte de conocer a Dave Crealy, un tipo excéntrico y aparentemente inofensivo que parece encontrarse en muy buen estado físico, pero al que le patina definitivamente el coco.

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Adoptando un rol que nos recuerda de algún modo al trastornado Dr. Carter Nix de “Raising Cain” (1992) y que remite también al Anthony Hopkins de “Magic” (1978), Lightgow cumple su amenazante rol acompañado de un escalofriante títere de bebe que lo secunda en sus crecientes desvaríos, mientras recurre tanto a una gestualidad particular como a una serie de movimientos que remarcan su rareza, aunque es una pena que las motivaciones del personaje no sean nunca revisadas y que las situaciones que lo involucran resulten frecuentemente inverosímiles.

La historia que se cuenta hubiera perdido mucha de su originalidad en el caso de ser situada dentro de un entorno convencional; pero el director y coguionista James Ashcroft incrementa el factor de perturbación al desarrollarla por completo en un entorno geriátrico que es mostrado a veces con una crudeza insólita, respaldado por una notable puesta en escena y por un Rush que se expone considerablemente tanto en el plano emocional como en el físico.

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